Esta obra, según dicen sus creadores, la hacen como un acto de recuperación de la memoria con motivo de la conmemoración de los 50 años de la muerte de Camilo Torres. El cuerpo de Camilo está oculto, para sus seguidores “desaparecido”. Y, los actores y actrices, en un acto de fe en la memoria, prestan, como dice uno de los actores, su cuerpo para su búsqueda y su presencia.
Cuando emprendieron este viaje, una de las razones fue la de tratar de entender a este complejo personaje que concentra en su vida un cúmulo de ricas contradicciones: el misticismo, la rebeldía, el amor y el sacrificio. Pensaron también que, abordando estas contradicciones desde el teatro, se puede ahondar en la comprensión tanto en la humanidad de este hombre histórico, como en el conflicto social que se vive actualmente. De un lado Camilo propone el amor eficaz hacia los otros. Del otro, él mismo vivió la dificultad de ejercer el “apostolado” o la militancia como un derecho legal y un acto de justicia. Y, por último, la decisión fatal de Camilo de rebelarse contra el establecimiento y vincularse a la insurgencia en la que muere en su primer y último combate.
“No hemos querido hacer de la obra un acto histórico-biográfico, ya que ese no es precisamente el papel del arte y del teatro. El teatro está para suscitar sentimientos, emociones, evocaciones y mucho más. Hemos construido un ejercicio singular de abordar a Camilo, desde nosotros y nosotras. Y, desde ese lugar, viajar con él por la fe, la rebeldía y el amor eficaz”.
