Orfeo en el Amazonas. Por: Hugo Chaparro Valderrama

De un poeta a otro, el legado de Orfeo animó a Ovidio para escribir sobre el mito, transformado por los siglos en Eurídice, una ópera estrenada a principios del siglo XVII, con música de Jacopo Peri y libreto de Ottavio Rinuccini –también conocido como “el somnoliento”-, a la que contribuyó componiendo arias y coros el cantante, profesor y, según los cronistas de su época, jardinero de talento sobrenatural, Giulio Caccini.

Orfeo deambularía desde entonces por los teatros del mundo buscando a su enamorada, según la interpretación que recordara su historia, narrada de nuevo a principios del siglo XVII en Orfeo por el libretista Alessandro Striggio con música de Monteverdi.

El reto para transformar la tradición haría de Orfeo un viajero infatigable a través de los siglos según la vasta galería de músicos y libretistas que han relatado el mito y continúan evocando su metáfora acerca de la música y la poesía como artes que permiten comprender el mundo y sus misterios, enfrentándose a la muerte con la ilusión de vencerla cuando Orfeo trata de salvar a Eurídice.

No en vano, la geografía y sus idiomas hicieron también de Orfeo un poeta de poetas: a principios de los años 20, Rilke publicó sus Sonetos a Orfeo, en los que celebra la grata armonía de su canto y de su lira; hacia los años 40, Vinicius de Moraes lo transformó en un personaje carioca llamado Orfeu da Conceição; en los años 50 y 60, Jean Cocteau filmó dos películas: Orfeo (1950) y El testamento de Orfeo (1960).

El mito ha cruzado así el tiempo y sus fronteras, permitiéndonos el derecho legítimo de acercarnos a él con la devoción que honra el legado del “músico y poeta total”, según la definición de Vinicius.

Orfeo como un fantasma que permanece en el mundo, también visitó a un grupo interesado en cruzar las fronteras que ha trazado con su activismo artístico y teatral. Asumiendo el arte de la reinvención y de sus transformaciones, renovando el mito según las preguntas y el laberinto que atraviesa cada época, Mapa Teatro lo imaginó en el paisaje amazónico.

El viaje de Orfeo hacia el reino de la muerte, su comprensión de la naturaleza, su poder hipnótico para aquellos que lo escuchan, su mirada sabia para descifrar el mundo y describirlo en sus versos, dialogando con los dioses, animaron a Mapa Teatro para revelar sus visiones en el entorno de la selva y el río, enfatizando en el carácter chamánico por el que Orfeo es capaz de emprender su viaje hacia el inframundo en compañía de su “espíritu jaguar”, como lo describe el antropólogo Luis Cayón en un libro de sabiduría órfica, Pienso, luego creo. La teoría makuna del mundo (2013), afirmando que los espíritus jaguares “son los maestros de la gente, son los que transmiten el conocimiento”, así como Orfeo es el maestro poeta, que transmite su conocimiento a través del viaje hacia el reino de los muertos.

Para acompañar su rumbo –en el que no se desmienten los orígenes del mito y la selva se vislumbra de una manera sutil cuando Orfeo supone que la belleza de Eurídice le ayudaría a comprender el rumor de las serpientes; el sueño de los murciélagos; la furia de las avispas; la voz gruesa de las ranas, “que estalla como burbujas inflamando sus gargantas”, como le dice al Jaguar que lo guía hacia el Hades-, Mapa Teatro encontró un reflejo musical en la perspectiva y el horizonte diverso que define la historia de un grupo vocal e instrumental, fundado en el año 2000, que también se ha reinventado en el transcurso de su obra en movimiento cuando L’Arpeggiata, dirigido por Christina Pluhar, es un ensamble en el que han trabajado cantantes líricos y cantantes de repertorio tradicional y folclórico, con el talento suficiente para hacer de su estilo y de su puesta en escena, la evidencia de un tiempo donde la curiosidad creativa no admite límites.

El péndulo de L’Arpeggiata se ha desplazado con la amplitud que le permite abarcar un panorama diverso y comprender que es posible fusionar la música barroca con sonoridades jazzísticas como el walking-bass, sobre el que Madame Pluhar asegura en el folleto que acompaña el disco Monteverdi. Teatro d’Amore, que no se inventó del todo hacia los años 40 del siglo XX, “pues ya encontramos en Monteverdi bajos en ostinato distintos a los ostinatos acostumbrados en el siglo XVII, únicos en su género y de un sonido totalmente moderno”.

El siglo XVII se encuentra así con el siglo XX y avanza hacia el XXI, nutriéndose mutuamente para enriquecer el repertorio de L’Arpeggiata, que facilita en un disco, Music for a While. Improvisations on Purcell, la reunión del pasado y el presente como una línea continua de influencias y consecuencias musicales en las que se desvanecen los tiempos y se descubre que no hay antes ni después: únicamente el momento en el que sucede el milagro y la audición de una obra.

            “Somos pasado, presente, futuro y, tal vez, eternidad”, canta Orfeo en esta ópera. “Un sueño que compartimos en el transcurso del tiempo”.

También, como otros poetas ansiosos por suponer de qué manera serán recordados, Orfeo se hace varias preguntas: “¿Quién puede imaginar los hechos del porvenir sin confesar que el futuro es una ilusión incierta? ¿Quién puede ver el presente como un sueño del pasado sin confesar que la vida y el tiempo de nuestra vida parecen una invención donde también somos sueños? ¿Quién sabe si la memoria de nuestros días en el mundo sea tan vana y pasajera que nos olviden los hombres perplejos ante los siglos donde viven los fantasmas del pasado en el que son como sombras fugitivas? ¿Para qué anticiparse a las sorpresas del tiempo? ¿Para qué desvanecer los misterios del azar?”.

Una respuesta posible a estos interrogantes la brindan Mapa Teatro y L’Arpeggiata con el montaje de esta ópera, donde Orfeo nos revela que su mito, hecho historia, poesía y música, dialoga aún con nosotros y plantea misterios que sólo resuelve el tiempo.

 

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