El clasicismo del ‘rock star’

Mozart vivió en una época muy particular. Entre dos gigantes. Y fue gigante en sí mismo. Para situarlo, su obra se enmarca entre la muerte de Bach (1750) y la Sinfonía Eroica de Beethoven (1804) en un tiempo que la historia de la música ha definido como el clasicismo. Se dice que lo que en ese tiempo se produjo fue “sereno y equilibrado”, pero justo allí es que debemos preguntarnos ¿frente a qué? Pues bien, frente al Barroco y sus formas recargadas y complejas -¿qué le trae a la mente un concierto de clavecín? Fue tal el peso de ese padre llamado Johann Sebastián Bach que fundó tan potente universo musical, que hubo que romper con él. Sin embargo, romper no significa aplacarse, y si miramos en detalle, el clasicismo fue todo menos tranquilo. Fue el momento de la Ilustración, se cuestionó radicalmente el poder de la realeza y de la Iglesia y surgieron nuevas filosofías-religiones como la francmasonería. Kant habló de estética, de lo bello, lo feo, el gusto, lo sublime y el genio. Y justo dos años antes de la muerte de Mozart, en 1789, cuando se estrenó Cosi fan tutte, tuvo lugar la toma de la Bastilla, chispa que encendería la Revolución Francesa. Vemos, entonces, que fue una época convulsa y también llena de experimentación en el terreno musical. Fue en este periodo que se consolidaron formas como la sonata, el concierto, la sinfonía y el cuarteto, todos géneros usados por Mozart y en los cuales jugó un papel protagónico como uno de sus creadores. Sin estos géneros la evolución de la música hubiera sido otra.

Lo fascinante de este artista y de su música en particular es que aún hoy, convoca como lo hizo mientras vivió. Y allí retomamos eso que describe al clasicismo, ¿Qué será de lo “sereno y equilibrado” que nos permite oír una y otra vez una melodía de Mozart? ¿Que hace que sus composiciones sean, en la historia del cine, las más recurridas para acompañar las imágenes? ¿O que un comercial de galletas, de un enjuague bucal o de un computador use como su motto el tradicional pa, pa pa, papa pa papapá mozartiano que no es otra cosa que la Pequeña Serenata Nocturna? ¿O la Marcha Turca en un comercial de carros? De hecho, los genios (otra clase de genialidad…) del mercadeo inundaron nuestras casas con toda clase de momentos con Mozart for morning coffee, Mozart at midnight o Mozart for your mind, entre otros miles de productos… Para desgracia de algunos, la música de Mozart ha sido degradada a la categoría de la publicidad, de música de consultorio… pero, si lo pensamos bien, ¿no son estos usos populares, que se han apropiado de su música, los que hacen de Mozart el fenómeno que sigue siendo hoy, o los que lo conservan tan vivo y saludable como siempre lo fue? Mozart es hoy, un rock star.  

¿Es Mozart La Mona Lisa de la música clásica? ¿Los Beatles de nuestro tiempo? ¿En su capacidad de permanencia y fascinación colectiva? ¿En su culto a la imagen y como producto de su tiempo? 

Una respuesta nos la daba el crítico musical Juan Ángel Vela del Campo, al escribir en el diario El País, en el 2006: “Los que escuchan hoy sus composiciones pueden prescindir por completo de su periplo existencial. Una cosa es la biografía y otra bien distinta la herencia artística, pero es curioso que en general Mozart despierte una sensación de simpatía y que no solamente se le admire, sino también se le quiera. Su música emana cercanía. Y a veces predispone a la confidencialidad. Su antorcha, emulando a Elías Canetti, está desplegada al oído. Y ello se percibe de inmediato desde la sensibilidad actual. La música de Mozart proporciona compañía. Tiene la virtud de consolar, de generar, sin pretenderlo, misteriosas complicidades y un sano bienestar. Y es familiar, al margen de que se conozca o no previamente lo que se está escuchando. Tiene memoria y presente”. 

O incluso podemos irnos más atrás para tratar de responder a esa pregunta de qué es lo que hace Mozart que nos conmueve tanto, oyendo las razones de un enorme latinoamericano, el cubano Alejo Carpentier, quien en 1955 –a propósito de los 200 años del nacimiento de Mozart- publicó en El Nacional, de Caracas:  

“Transcurren los años y el milagro Mozart sigue presente. Su obra nunca ha sido discutida ni negada, exaltada o desvalorizada -de acuerdo con el aire de los tiempos- como ha ocurrido con la creación de otros compositores aplaudidos en vida, olvidados a poco de morir, exhumados 50 años más tarde, al ritmo de las inquietudes de distintas generaciones. Y es que nadie como Mozart ha ilustrado la teoría del “duende” de García Lorca. Por encima de su poder creador, por encima de su tremenda maestría técnica, habría en él esa gracia, ese “duende” (…) ese don de transformar en oro cuanto tocaba, que sólo se encuentra muy de tarde en tarde en la historia de un arte. El hombre capaz de dictar nuevas normas al teatro lírico con un Don Juan que abre la trayectoria de la ópera moderna; el artista que ya había adivinado el romanticismo en algunas de sus Fantasías para el piano; el genio que más seguramente anunció el advenimiento de Beethoven, llega a nosotros en unas páginas están limpitas tan “blancas” -por la poca cantidad de tinta gastada- que dan ganas de clamar al milagro.

¿De qué está hecha la música de Mozart? De nada. Había roto con las disciplinas contrapuntísticas de sus predecesores, transformando el acompañamiento de la melodía en un mero balanceo armónico, tan sencillo en su escritura que parecía pensado para manos de niño.

Donde otros hubieran puesto tremendas doblefugas, Mozart colocaba rondos juguetones, deliciosos minuets inefables cantábiles tan simples y tan claros que quedaron al alcance de los estudiantes de tercer año de piano. Y sin embargo, en todo ello hay como un soplo divino, una energía propia, una dinámica invisible, una fuerza oculta un “no sé qué” que sólo halla una definición en ese otro “no sé qué” que era el duende del poeta de Yerma.

(…)

Pero como todos los genios auténticos, Mozart era revolucionario sin alardear de serlo; por propensión natural por inventiva. El pasado y el futuro vivían en él sin saber de fechas. Nacido hace 200 años sigue presente entre nosotros, tan juvenil, tan fresco, tan adorable como el delicioso Querubín de Las bodas de Fígaro, todo estremecido de amor -siempre maravillado ante el espectáculo del mundo y del viento que le narra su historia”.

 

Sabemos que una época nos delimita y nos identifica. Hoy en día nos llamamos contemporáneos, los más de avanzada posmodernistas y los más osados transmodernistas. Parece además una manera de rozar o cruzar los límites de las fronteras de las formas, y tiene mucho que ver con definirnos desde ese lugar de ser como los demás o de ser como los pocos, los extraños, los transgresores, los vanguardistas. Así que Mozart ¿en realidad qué era? ¿Un clásico? Claro que sí, un clásico que todo lo reformuló y le dio cabida a un nuevo universo que hoy seguimos al pie de la letra.  

 

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