“El fado es una entrega emocional”: Carminho

El 14 y 15 de junio se presenta el 5° Festival de Fado en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, con la presencia de los cantantes Carminho y António Zambujo. Carminho es la hija de la reconocida fadista Teresa Siqueiro y, para ella, el fado la ha acompañado desde los recuerdos más lejanos de su infancia. El Teatro Mayor entrevistó a Carminho, una de las voces portuguesas más auténticas, y con mayor proyección internacional. Única función: sábado 15 de junio, 8 p.m.

Entrevista por: Roberto Hinestrosa Mejía

¿Cuáles son sus primeros recuerdos del fado?

Lo que puedo decir es que empecé a hablar al mismo tiempo que empecé a cantar fado: no tengo memorias de empezar. Es como pensar en cuando aprendiste a hablar, que no sabes ni cómo, ni cuándo. Tengo mis primeras memorias cantando el fado en las noches donde mi madre y mi padre hacían fiestas en casa. Cuando era pequeña empecé a escuchar fado cuando todos los niños estaban durmiendo. Me quedaba despierta con ellos, porque era imposible no quedarme. Por la actuación, por las guitarras, las conversaciones y por todo ese universo.

¿Cómo era ese universo?

Es una cultura natural que viví en casa de mis padres y, como todos los niños, uno aprende de lo que escucha y lo que ve en casa de sus padres cuando tiene esta edad. Algo se quedó adentro de mí por alguna razón, y para mí, el fado significa una forma de sobrevivir. Es una expresión artística pero también es una necesidad vital muy fuerte de expresarme. Y yo tengo el fado muy dentro de mis pensamientos, es el instrumento de mis pensamientos. El fado es la forma en la que yo me expreso y traduzco lo que siento. Para mí significa lenguaje. Es un vehículo para poder decir a los demás, a mí, lo que pienso y lo que quiero cantar.

Usted viene de una familia fadista, pero no llegó a dedicarse profesionalmente al fado sino hasta muchos años después ¿Por qué?

Era algo muy familiar, como decía. Es un lenguaje. Es como un niño que está acostumbrado a cocinar con sus padres, pero no necesariamente va a ser chef profesional: era una cosa de casa. A mi generación no le gustaba nada el fado, no le gustaba escuchar, no se interesaba por su cultura. Era una cosa difícil para mí porque me encantaba. Era algo muy importante en mi vida, pero mis amigos no compartían ese interés. Hice la universidad como todos mis amigos, estudié marketing y publicidad. Yo no tenía el fado como vida principalmente porque no sabía qué decir: no tenía un discurso todavía.

Terminé la universidad con muchas dudas, con alguna plata de haber cantado por las casas de fado, así que hice un viaje por el mundo donde pasé por muchos países, incluso de América Latina. Estuve en Bolivia, Chile, Argentina, Brasil y Perú. Fue un viaje que empezó en la India, pasé por China, Australia, Indonesia, y fue muy importante para mi formación. Tenía ya unas invitaciones en Portugal para grabar discos con compañías importantes, pero tenía mucho pudor, porque no sabía qué decir, no quería grabar un disco. Sentía que tenía poco mundo, me hacía falta madurez.

¿Qué cambió en esos viajes? ¿Cuáles fueron esos descubrimientos?

Es una experiencia que tiene que hacer toda la gente para descubrirse por dentro, para descubrir que uno no tiene límites. Los desafíos son los que ponen los límites, no somos nosotros. Descubrí que el amor es una cosa muy distinta y cambia en cada país, de cultura en cultura. Que hay que respetar las diferencias. Hay muchas cosas que he aprendido, que me formaron.

También aprendí a guiarme por el instinto y por la intuición. Intuitivamente me fui a viajar por el mundo, y de la misma manera, intuitivamente, volví para seguir el camino del fado. Fue muy bonito. Yo le decía a mi padre que no podía hacer del fado una profesión, que era muy fácil para mí y que no tendría que hacer mucho trabajo porque era lo que me más me gustaba. Y mi padre me decía: “Hay mucha gente que no puede hacer lo que le gusta, ¡así que aprovecha! Además, te va a dar mucho trabajo”. Y sí, es un honor hacer lo que me gusta. Y para hacerlo bien, se necesita mucho esfuerzo y dedicación para que los frutos sean duraderos e importantes para mí.

¿Cómo ha cambiado la visión del fado entre su generación y las generaciones actuales?

Es algo que ha cambiado completamente. Hace diez años que esta visión ha cambiado muchísimo. Es el ciclo que el fado atraviesa. El fado es una lengua viva que va caminando con el tiempo, con su gente, con lo que pasa socialmente, políticamente y económicamente en Portugal y en Lisboa. Es normal que el fado por momentos no esté tan de moda y que luego vuelva a ser importante. Hay momentos donde empieza a haber saudades, donde se empiece a echar de menos sus identidades, sus raíces. Y el fado volvió en una época de mucha crisis en Portugal: crisis económica, la gente perdía sus trabajos, estaba sin dirección. Necesitaban buscar su identidad y sus trazos característicos propios en las cosas más tradicionales. Y claro que el fado fue el primero en surgir con fuerza, con sus cantantes, haciendo algo siempre contemporáneo, porque es importante que la lengua hable de hoy y no se quede perdida en el ayer. Es por eso que el fado es tan antiguo y sigue contemporáneo.

La saudade es un término que no existe en castellano, tan singular como cada persona ¿Qué es la saudade para usted?

Saudade para mí es mucha cosa, es una esquizofrenia de sentimientos, porque puede hablar del dolor, de algo que yo perdí; puede ser un sentimiento de mucha alegría, de memoria, de algo que fue bueno pero que no vuelve, pero no importa porque lo podemos revivir con la memoria. Puede ser también memoria de algo que nunca he vivido antes, de lugares donde nunca estuve o de vivir en tiempos que no vuelvan más. Es como una forma temporal distinta a la que conocemos en nuestro mundo. Es un otro tiempo, como si no hubiera ni futuro ni pasado. Habla muchísimo del amor y de lo que sentimos los unos por los otros, y por lugares, sentimientos y canciones.

Usted se presentó en el Teatro Mayor en 2016, ¿cómo fue esa primera experiencia y qué ha cambiado desde ella?

Fue una experiencia increíble, maravillosa. Después del concierto las personas estaban llenas de energía, estaban curiosas. Sentí una energía similar que en Portugal, así no tengan la misma cultura. La gente en Bogotá se identificó con la energía emocional del fado. El fado es una entrega emocional del momento. Tiene improvisación, y hay entrega de los músicos a partir de la energía que el público nos da y que nos devuelve.

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