La vida y época de Beethoven hecha sinfonías

Beethoven compuso durante toda su vida nueve sinfonías en diferentes periodos.

Sus primeras dos sinfonías datan del primer periodo que se inicia en su último tiempo en Bonn, pasa por la muerte de su padre, la mudanza a Viena y la dolorosa aceptación de su progresiva pérdida del oído. Se extiende hasta 1802 y corre paralelo con el entusiasmo por las ideas de la Revolución Francesa y el cambio que parecía encarnar Napoleón.

Las dos primeras sinfonías son las más clásicas y con ellas Beethoven absorbió todo lo que pudo de Mozart y Haydn como sinfonistas. En ellas dejó establecida su gran capacidad componiendo dos sinfonías que sus colegas no podrían ni pudieron escribir. Aquí el sonido es más potente, la orquesta opera en mayor medida como una masa de sonidos y no como la suma de muchos ejecutantes.

En octubre de 1802, Beethoven dejó por escrito su dolor, temor y coraje, fortaleza y empuje ante la adversidad. Ante su sordera progresiva e irreversible, cuando pensó que su vida debía terminar, decidió sacar empeño y encontrar toda su potencia creativa y vital adentro de él. Aquí se inicia el segundo periodo que llega hasta 1814, aproximadamente. Es la época que los biógrafos han denominado como el periodo heróico.

Algunas obras fundamentales poseen ese espíritu en el que Beethoven revela su concepción de la humanidad y muestra a los individuos como héroes de su propia existencia. Con sus sinfonías convoca a unos actos públicos en los se hermanan esas fuerzas capaces de transformar la historia y la sociedad. Hay un salto abrupto de la Segunda a la Tercera. Nada en la concepción orquestal o sinfónica de Beethoven había preparado el terreno. Con esa certeza aborreció a Napoleón y abrazó al héroe dentro de cada individuo. En este periodo intermedio Beethoven compuso desde la Tercera hasta la Octava.

Cuando terminó la Novena, Beethoven se encontraba en su tercer periodo compositivo. Ya había perdido completamente el oído. Aquí, el compositor retomó el fragmento melódico de una canción temprana que había vuelto a emplear en la Fantasía Coral, obra para orquesta, piano solista y coro. Los méritos de esa melodía le reclamaban volverla a emplear para hacer que revelara su inmenso potencial. Lo consiguió con el poema de Friedrich Schiller que el coro y solistas cantan en el movimiento final, conocido como la Oda a la Alegría. Allí, en medio de arduas exigencias técnicas y expresivas para solistas vocales y coro, la orquesta presenta un ritmo de marcha, ideal revolucionario de una humanidad que avanza hacia un mundo mejor.

 

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